miércoles, 1 de julio de 2015

Gustav Mahler: Sexta Sinfonía

Orquesta del Festival de Lucerna
Claudio Abbado, director

Mahler no deseaba que sus sinfonías fueran programadas en los conciertos junto con otras obras, porque quería que los oyentes de sus monumentales composiciones fueran absorbidos por el torrente de sonido, temas y expresiones de su música, no dejando lugar a nada más, aislarse del mundo por hora y media y entrar en contacto con la vida, la muerte, el sufrimiento, la naturaleza, etc. Y ciertamente Gustav Mahler consigue ese efecto en el espectador que acude con sus problemas, sus alegrías y sus minucias, y de repente se ve envuelto en el mundo mahleriano, un mundo de idas y venidas de enorme complejidad y absoluta totalidad.
“Mi sexta sinfonía plantea un enigma cuya resolución solamente la gozará aquella generación que haya digerido mis otras cinco sinfonías”. La Sexta sinfonía de Mahler es obra de una notable complejidad, como todas las suyas, pero aquí un poco más, si cabe. No es una obra fácil de oír y disfrutar y está repleta de cambios ambientales y discurre a través de distintos escenarios anímicos.

En palabras de su esposa, Alma Mahler, ninguna otra sinfonía es tan autobiográfica como la Sexta, "ninguna emana tan directamente del fondo del corazón del autor como ésta, es la más personal de todas a la vez que profética”. Bautizada como Sinfonía “Trágica” el argumento principal de la composición es la lucha del hombre contra el destino, la lucha contra la muerte, que es patente sobre todo en el primer movimiento, donde una marcha triunfante preside el arranque, escrito en la manera clásica de forma sonata. El movimiento descansa en un segundo tema muy lírico, que representa el amor de Mahler por su esposa, para luego regresar a la lucha y el conflicto interiores.
El segundo y el tercer movimiento  suelen ser alternados en función del director que interprete la obra. Así lo hizo Mahler en su día colocando el tierno y bellísimo andante en segundo lugar o siendo este segundo movimiento ocupado por el magnífico, a la vez que riquísimo en matices, scherzo.
La apoteosis de la sinfonía llega con el cuarto movimiento, un finale de más de media hora de duración donde se llega al desenlace con la explosión de toda la tensión acumulada durante los tres movimientos anteriores. Se trata de la lucha propiamente dicha, con sus crecidas en fuerza, sus descansos, sus subidas y bajadas, su energía y debilidad. Mientras escribía esta obra en 1903 y 1904 el compositor recorría uno de los pasajes mas felices y distendidos en su sufridora y problemática existencia: se había casado y tenía una hija, aún así la sinfonía le salió trágica plenamente, puede que fuera por el carácter profético de la obra, ya que anuncia aquello que al poco la vida le va a deparar tres golpes muy duros y de los que jamás se podrá recuperar: la muerte de su hija de cuatro años de edad, su dimisión de la ópera de Viena por su condición judía y el diagnóstico de una afección cardiaca que acabaría con la vida de Mahler algunos años después. Por ello, unos años mas adelante Mahler suprimió uno de sus tres imponentes martillazos del cuarto movimiento, pues debido a su carácter supersticioso no deseaba que el martillo pudiera ser una metáfora del final de su propia vida. 
A diferencia de el resto de sus sinfonías donde el desenlace es esperanzador y triunfante, en la Sexta, Mahler se resigna a la dura realidad, esa realidad donde la muerte (no sólo del hombre sino de una manera de entender el mundo) se impone a la vida del impetuoso pero pequeño ser humano. La sinfonía acaba de una manera realmente trágica, en medio de la lucha se desencadena el inesperado final, la expiración del combatiente nos sorprende, no hay lugar para esos finales tan grandiosos y culminantes que caracteriza a otras de sus obras.

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