viernes, 16 de enero de 2015

Carlos Kleiber ensaya y dirige en concierto la obertura de "El murciélago", de Johann Strauss (hijo)

 
"Me sorprende mucho que permitiera filmar el ensayo, no va con la idea que tengo de él."
                                                                                        Otto Schenk, Director escénico y amigo.
Todas las actuaciones públicas de Carlos Kleiber constituían un verdadero acontecimiento. Hombre muy riguroso y tremendamente autoexigente, imponía a los que trabajaban con él enormes dosis de perfeccionismo. Quizá sólo dos grandes directores aparte de él ―Herbert von Karajan y Sergiu Celibidache, salvando las enormes diferencias técnico-estilísticas entre ambos― pueden comparársele en estos aspectos.
Carlos Kleiber confeccionó un repertorio muy selecto ―y exiguo― de partituras con las que trabajaría durante los treinta últimos años de su vida: algunas sinfonías de Ludwig van Beethoven, de Wolfgang Amadeus Mozart y de Johannes Brahms, el repertorio de la dinastía Strauss, y un selecto número de óperas: La Bohéme, Otello, Carmen, Tristán e Isolda, Der Freischütz, Elektra, El caballero de la rosa y Wozzeck – esta última, estrenada por su padre Erich en la Staatsoper de Berlín en 1925, bajo la supervisión del propio Alban Berg.
Uno de los puntos en los que coinciden la gran mayoría de músicos que han trabajado con Carlos Kleiber está relacionado con sus ensayos –realizados siempre a puerta cerrada−. Hay quienes afirman que un solo ensayo con él valía toda una carrera en el conservatorio.
En las largas e intensas jornadas en las que Carlos analizaba con gran detalle cada compás de cada obra, cada nota, cada silencio, nada se dejaba al azar. Kleiber era un “alquimista musical”, alguien que conocía perfectamente su profesión y que se zambullía en cada partitura como si hubiese sido compuesta en aquel preciso instante, sin dejarse llevar por prejuicios interpretativos o corrientes estilísticas pretéritas.
De ahí que nuestro genial director argentino se transformase en el podio en pura fantasía e improvisación, sumergiéndose y dejándose llevar por el flujo de los sonidos. Su máximo respeto por todos y cada uno de los instrumentistas de las orquestas a las que dirigía –otorgándoles gran libertad− le convertía en una persona afable en el trato, en hombre dialogante y en músico dispuesto a escuchar planteamientos diferentes a los suyos. La imposición nunca fue su modus operandi. 
En este ensayo legendario, grabado en Stuttgart en 1970, Carlos Kleiber pone de relieve su singular forma de entender, no sin tenue pasión, la obra maestra de Johann Strauss (hijo). Su manera de transmitir a los músicos cómo debe ser entendida se aprecia en varias escenas donde subraya todo lo dicho con singular interés. Por ejemplo, cuando manda al percusionista que toque las campanas tubulares detrás del escenario y le dice que lo haga de oído.
 

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