domingo, 23 de marzo de 2014

Giuseppe Verdi: Aida

Aida, Margaret Price (soprano)
Radamés, Luciano Pavarotti (tenor)
Amneris, Stefania Tockzyska (mezzosoprano)
Amonasro, Simon Estes (barítono)
Ramfis, Kurt Rydl (bajo)
Rey de Egipto, Kevin Langan (bajo)
Orquesta, Coro y Ballet de la Ópera de San Francisco
Luis Antonio García Navarro (director)
Sam Wanamaker (director escénico)


Giuseppe Verdi (Bussetto 1813 - Milán 1901) recibió del Jedive de Egipto, Ismail Pachá, el encargo de componer una ópera, de ambiente egipcio, para que su estreno coincidiera con los fastos de la inauguración del Canal de Suez. Sin embargo, la apertura del Canal tuvo lugar el 17 de noviembre de 1869 y la ópera no estaba aún terminada por lo que tuvo que representarse "Rigoletto" (1851) del propio Verdi.

"Aída" fue estrenada, sin la presencia de su autor, en el Teatro de la Ópera del Cairo, un año más tarde, el 24 de diciembre de 1871. La representación fue grandiosa, como detalle citaremos que la corona que ceñía Amneris era de oro macizo y las armas de Radamés de plata. Fueron sus protagonistas Antonietta Pozzoni (Aída), Pietro Mongini (Radamés), Eleonora Grossi (Amneris), Francesco Steller (Amonastro), el foso estaba dirigido por Giovanni Bottesini.

Dos meses más tarde se estrenó, con la presencia de su autor, en el Teatro de la Scala de Milán, el 8 de febrero de 1872. El papel de Aída fue cantado por Teresa Stolz (1834 - 1902) que tanta influencia tendría a lo largo de la vida de Verdi. Constituyó un éxito clamoroso y el maestro tuvo que salir a saludar 32 veces. En esta versión de la Scala, que ha quedado como definitiva, Verdi le añadió la famosa aria para soprano "O patria mia".

Los autores del libreto fueron Antonio Ghislanzoni y Camille du Locle, en estrecha colaboración con el propio Verdi. Se basa en el drama homónimo de Auguste Mariette Bey, insigne egiptólogo. El libreto, en italiano, está dividido en cuatro actos y tiene una duración de dos horas y media. 

ACTO I
El telón se alza sobre un salón en el palacio real de Menfis; al fondo un espléndido decorado de templos y pirámides. El sumo sacerdote, Ramfis, dice a Radamés que los etíopes han invadido Egipto y que la diosa Isis determinará quién debe ponerse al frente de los ejércitos egipcios. Con la esperanza de ser él el elegido, Radamés sueña con su vuelta victoriosa, para encontrarse de nuevo en Menfis con Aída, a la que ama: «Celeste Aída». Aída, una cautiva etíope, es esclava de Amneris, la hija del Faraón. Entra Amneris, y al ver la alegría de Radamés, sospecha que ésta no viene motivada únicamente por sus sueños de gloria militar. Sus temores ―está enamorada de Radamés― se ven aumentados con la entrada de Aída. En el trío que se produce entonces, Amneris se da cuenta de los sentimientos que unen a Radamés y a Aída.

Entra el Rey con Ramfis y un grupo de cortesanos. Un mensajero da cuenta de la devastación de las tierras egipcias y de la amenaza a la capital, Tebas, por parte de los etíopes, al frente de cuyo ejército viene su rey, Amonasro.

Al escuchar este nombre, Aída exclama: «Mio padre!»; pero su exclamación no es advertida por los egipcios, que ignoran que ella es la hija de rey etíope. El Rey declara que la diosa Isis ha elegido a Radamés para dirigir el ejército egipcio. Encabezados por el Rey, los egipcios entonan un coro guerrero y Amneris exhorta a Radamés a volver victorioso: «Ritorna vincitor». Ya a solas, Aída recuerda esas palabras con trágica ironía: ella se encuentra prisionera entre la lealtad a su padre, a su país y a su pueblo de una parte, y, de otra, su amor a Radamés. 

La escena tiene lugar en el templo de Ptah (que tiene su correlato con Vulcano, dios de la mitología romana, relacionado con el fuego y la metalurgia), donde las sacerdotisas, Ramfis y la asamblea de sacerdotes invisten a Radamés con las armas consagradas.
 

ACTO II

Radamés ha regresado triunfante de la campaña guerrera. Y Amneris, en sus aposentos, celebra la victoria. Sus esclavas moras danzan para ella. Entra Aída y Amneris quiere saber si sus sospechas tienen fundamento. Al principio trata a la esclava con delicadeza; pero pronto cambia de tono, diciéndole que los etíopes han sido derrotados, pero que Radamés ha muerto en la batalla, con lo que Aída no puede ocultar su amor y su pena. Entonces, Amneris le dice que le ha mentido y que Radamés vive, pero le señala su condición de esclava, por lo que no puede aspirar a unirse a Radamés. El dúo de las dos mujeres se superpone a la canción de guerra que ya se había oído anteriormente, cantada ahora entre bastidores por los soldados que regresan de la lucha. Sola en escena, Aída implora la piedad de los dioses. 

La siguiente escena tiene lugar en el exterior de un templo cercano a Tebas. Llega el Rey con su imponente cortejo. Después de un coro de alabanza y de acción de gracias a Isis y al soberano, se produce una procesión esplendorosa en la que participan soldados, danzarinas, carros de combate, estandartes e ídolos. Como culminación de la ceremonia, entra en escena Radamés. El Rey le da las gracias, ordena a Amneris que coloque sobre las sienes del guerrero la corona del vencedor y dice a Radamés que pida lo que desee. 

Entran ahora los etíopes cautivos, entre los que se encuentra Amonasro, a quien Aída en seguida reconoce y abraza. Amonasro pide a su hija que no descubra su identidad. Dice ahora a los egipcios que el rey Amonasro ha muerto en la batalla y suplica por la vida de los prisioneros; su petición es apoyada por el pueblo egipcio y por Radamés, que dice al Faraón que ésta es la merced que quiere pedirle. Los sacerdotes y Amneris se oponen a ello, pero el Faraón accede, reteniendo como rehenes ―ante la insistencia de Radamés― a Aída y a su padre. El Faraón, como premio a la victoria conseguida, concede a Radamés la mano de su hija, lo que produce una gran alegría en ella y la consternación de Aída y Radamés. El conjunto final manifiesta el júbilo del pueblo y las distintas reacciones de los personajes principales. 

ACTO III
Al alzarse el telón, se escuchan los cánticos de los sacerdotes y sacerdotisas de Isis, desde su templo a orillas del Nilo. Entra Ramfis con Amneris, para orar en el templo a fin de que la diosa bendiga su matrimonio, que va a tener lugar al día siguiente. Aparece ahora Aída, que va a encontrarse con Radamés, y canta su tristeza ante la perspectiva de no volver a ver jamás su tierra natal. De repente aparece Amonasro, quien dice a su hija que podrán volver sanos y salvos a su país si logran saber de Radamés qué camino piensa tomar el ejército egipcio en su ataque. En un primer momento, Aída rechaza la idea, pero al contemplar la amargura de su padre y su desgraciada situación personal, acepta la petición paterna. 

Radamés entra, mientras Amonasro se oculta. Aída logra vencer los escrúpulos de Radamés y le persuade de que ambos deben huir a Etiopía. Cuando van a salir, ella se detiene a preguntarle qué camino deberán utilizar para evitar al ejército egipcio; él responde que los soldados pasarán a través del desfiladero de Napata. En este momento Amonasro, que ha escuchado la vital información, aparece en escena y revela su auténtica personalidad. Radamés se da cuenta que ha sido inducido a traicionar a su patria. Cuando Amonasro y Aída tratan de convencerle para que se marche con ellos, hacen su entrada en escena Amneris, Ramfis y los guardianes del templo; han sido testigos de lo ocurrido y arrestan a Radamés. Amonasro intenta matar a Amneris, pero Radamés se interpone, y permite que Aída y su padre huyan, en tanto que él se entrega a Ramfis.

ACTO IV
Amneris está sola en un salón de su palacio, cercano al lugar donde Radamés se encuentra prisionero y encima de la sala donde el tribunal ha de decidir su destino. Manda que traigan a Radamés a su presencia y le dice que intercederá por su libertad si él jura que jamás volverá a ver a Aída. Radamés, resueltamente, se niega a hacerlo y Amneris, orgullosa y desesperada, le conduce a la sala del juicio, que contempla desde un lugar apartado. Radamés no responde a los cargos que le imputan Ramfis y los sacerdotes; finalmente es condenado tres veces por traidor y sentenciado a morir sepultado vivo. Salen los sacerdotes y Amneris, en un apasionado arranque, increpa a los jueces por su sanguinaria crueldad.

La escena final transcurre en un doble plano: arriba, el Templo de Ptah; abajo una cripta. Cuando se levanta el telón, la cripta está siendo sellada para convertirla en la tumba de Radamés, que ya se encuentra dentro de ella. Radamés  descubre que Aída ha logrado entrar también en la cripta antes de que llegaran los demás. Aída se sumerge en los brazos de su amado y Radamès lamenta el duro destino de Aída. Vanamente, intenta desplazar la piedra que sella la tumba. Pero Aída lo consuela con la certeza de que el «Ángel de la Muerte» los unirá para siempre en el cielo. Mientras los dos amantes se despiden de la Tierra, Amneris vestida de luto, se postra sobre la piedra cubriendo la entrada a la bóveda y suplica a los dioses que garanticen la paz del hombre que está muriendo abajo.

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