domingo, 24 de noviembre de 2013

Anton Bruckner: Sinfonía nº 7 en Mi mayor WAB 107

Orquesta Filarmónica de Múnich
Sergiu Celibidache, director

Junto a la Cuarta, también conocida como Romántica, la Séptima Sinfonía de Anton Bruckner (1824-1896) es la obra más interpretada del músico de Ansfelden. Su estreno se produjo en la Gewandhaus de Leipzig, el 30 de diciembre de 1884, con Arthur Nikisch en el podio. Los fondos recaudados en el concierto se destinaron a sufragar un monumento en memoria de Richard Wagner, fallecido el año anterior mientras Bruckner se hallaba inmerso en la creación de su Sinfonía.
En 1881 Bruckner disfrutaba de un relajado optimismo y de un ánimo sereno. La composición de la obra se inicia entre agosto y septiembre, durante las vacaciones en el monasterio de San Florián. El propio Bruckner dejó constancia de la relación entre sus últimas conversaciones con Wagner y la gestación de su obra:
“El año 1882, ya enfermo, me dijo el Maestro cogiéndome la mano: no se preocupe, que yo mismo dirigiré su sinfonía”.
Pero nada salió de todo ello, pues el 13 de febrero de 1883, con la muerte de Wagner, aquel hermoso proyecto se disipó.
Mientras componía, los pensamientos de Bruckner volaban frecuentemente hasta Bayreuth. Más tarde explicaría:
“En cierta ocasión llegué a casa inmensamente triste. Se me figuraba que sin el Maestro no me sería posible seguir viviendo. Entonces se me apareció repentinamente el tema del Adagio en Do sostenido menor... Verdaderamente escribí el Adagio pensando en la muerte de aquel ser único y excepcional”.
La Séptima Sinfonía discurre por un camino formal perfectamente definido. Lo que no impide que se continúe debatiendo sobre cómo clasificar los grupos temáticos de cada uno de sus movimientos o si determinado pasaje es ya re-exposición o forma parte todavía del desarrollo. Desde la perspectiva del oyente, estos detalles no son de mayor relevancia. Lo esencial es que cada tema que se escucha en un momento dado, sea cual sea su función estructural, suena con una claridad y una energía irresistibles.
Los cuatro movimientos responden con disciplinada obediencia al esquema de la sinfonía clásica vienesa. Se trata de cuatro piezas descomunales, tanto en duración como en profundidad expresiva. El casi perfecto equilibrio de la obra se alía con la música de factura más avanzada. Bruckner transporta a la audiencia a un universo sublime con sus prolongadas melodías, densas, envolventes, fluidas, plásticas. Asombra con la sencillez y la solidez de las estructuras y cautiva con la brillantez y espesura de las sonoridades.
Como es frecuente en el autor, el Scherzo destaca por su carácter rítmico y se observa una extática contundencia en las codas. Pero el núcleo formal y expresivo de la obra es el segundo movimiento, el Adagio en Do sostenido menor, tonalidad relativa a la titular, que comienza con el homenaje instrumental al Maestro recién fallecido. Sus cuatro primeros compases están encomendados a un cuarteto de tubas wagnerianas, instrumentos a medio camino entre la trompa y la tuba que Richard Wagner diseñara y empleara con profusión. Esta es su primera aparición en la música de Bruckner, quien se refería así a este movimiento:
“El día 11 (de marzo de 1885) yo y mis amigos de Viena asistimos a la representación de La Walkyria en Múnich. Maravillosa, como no había asistido a otra desde 1876. Y cuando el público se hubo ido, Levi hizo ejecutar a petición mía y en recuerdo del divino, del inmortal Maestro, por tres veces, el canto fúnebre del segundo movimiento de mi Séptima Sinfonía a las trompas y a las tubas. Nuestros ojos se llenaron de lágrimas. Me es imposible describir la emoción que nos embargó en aquel teatro con las luces apagadas. ¡Requiescat in pace! (Carta de Bruckner a Hans von Wolzogen, 18-3-1885).
Hermann Levy, el director de “Parsifal” en Bayreuth y a la sazón Generalmusikdirektor en Múnich, a quien Bruckner había enviado su sinfonía, escribió al compositor el 30 de abril de 1884:
“A todos los músicos que acuden a mí les hago oír el Adagio y, aun con las limitaciones de una versión al piano, observo en cada uno de ellos el asombro y el entusiasmo que yo mismo sentí al conocer por primera vez su música. Mientras llega el día del estreno, me ocupo de que media ciudad sepa quién es y qué cosas es capaz de hacer el señor Bruckner...”
Al escribir sus obras Bruckner se servía de letras en lugar de números en la distribución de las divisiones de la partitura. Y así, al llegar a la “W” hace modular a la orquesta en fortissimo a un luminoso Do mayor, que gradualmente va extinguiéndose en un encantador pianissimo. Muerte y transfiguración, no sin cierta analogía con la sección central de la Marcia Funebre de la Eroica beethoveniana, o la música con la que Wagner describe la muerte de Sigfrido en su Tetralogía.
Es frecuente la polémica sobre si procede o no la presencia de la percusión en el momento culminante del Adagio. La sinfonía entera discurre sin más percusión que los timbales, pero en algunas ediciones se incluye en su gran clímax un trémolo del triángulo y un choque de platillos que no figuran en la partitura original, pero que al parecer el compositor trató de añadir posteriormente, por consejo de Nikisch, aunque nunca ha quedado clara la verdadera voluntad de Bruckner acerca de ello. El citado compás está escrito sobre un papel adosado a la página correspondiente con la mención de “no vale”, indicativo de sus muchas dudas al respecto.
Bruckner llegó a componer nueve sinfonías, pero la última quedaría inacabada, con sólo tres movimientos. Con él la forma sinfónica llega a una de sus más altas cotas aunque, hasta alcanzar el éxito definitivo que supuso el estreno de la Séptima, le fue muy penoso abrirse paso. En sus obras Bruckner recoge las conquistas armónicas e instrumentales de su admirado Wagner y también de Schubert, manejando con frecuencia pasajes de un cromatismo audaz, si bien existen otros que se asientan en un diatonismo claro, de colores firmes y severos­. 
En Bruckner la composición de la orquesta se amplía progresivamente hasta alcanzar dimensiones wagnerianas, pero sin recurrir a la amalgama de timbres típica del compositor de Leipzig y, en consecuencia, con una sonoridad distinta. Además, el procedimiento utilizado para el desarrollo del discurso musical tiene poco que ver con el principio de variación continua manejado por Wagner. Los aspectos formales y estructurales de las sinfonías de Bruckner tienen más en común con la obra de Schubert, a lo que añaden ciertos detalles de originalidad, por ejemplo, en la Séptima, mediante el uso de un tercer grupo temático en su primer movimiento. Ello provoca una dilatación formal que afecta de igual modo a los restantes con el fin de equilibrar la obra.
La Séptima Sinfonía es uno de los logros musicales más sublimes que se conocen en el mundo de lo sinfónico, tanto por su genial orquestación como por la nobleza y la monumentalidad de sus temas. La grandeza de la obra maestra de Bruckner parece sugerir la imagen de una catedral gótica y ese Adagio tan religioso es casi un milagro musical.
 

 
 

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