miércoles, 15 de mayo de 2013

Isaac Albéniz: Merlín

Merlin - Bjørn Waag
Arthur - Lars-Oliver Rühl
Morgan le Fay - Majken Bjerno
Mordred - Piotr Prochera
Nivian - Petra Schmidt
Gawain - William Saetre
Mordred - Piotr Prochera
Arzobispo de Canterbury - Dong-Won Seo

 
Musiktheater im Revier, Gelsenkirchen / Germany.
Neue Philharmonie Westfalen
Director - Heiko Mathias Förster
Director escénico - Roland Schwab
Decorados - Frank Fellmann
Vestuario - Renée Listerdal

Dentro de la producción de Albéniz para el teatro lírico, el aporte de mayor valor e importancia musical es Merlin. Se trata del primer título de la trilogía que con el título global de King Arthur escribió Francis Burdett Money-Coutts inspirándose en las leyendas del ciclo artúrico y que, según el contrato establecido entre ambos, habrían de ser convertidas en sendas óperas por Albéniz, a quien va dedicada (y muy expresivamente) la edición de los tres libretos que apareció impresa en 1897. Al año siguiente la ópera ya estaba compuesta en su primera redacción para canto y piano, y antes de finalizar 1898 ya había emprendido Albéniz el trabajo de orquestación. A pesar de las gestiones de compositor y libretista, no consiguieron su estreno inmediato, lo que permitió al compositor hacer una profunda revisión de la partitura, que quedó concluida definitivamente el 25 de abril de 1902.
Sólo el Preludio del acto primero llegó a los atriles, oyéndose por vez primera en Barcelona el 14 de noviembre de aquel aciago año de 1898, por la Associació Filarmònica bajo la dirección de Vincent d’Indy. Más tarde, Guy Ropartz, Mathieu Crickboom y el propio Albéniz también lo dirigieron en otras ocasiones y ciudades, pero la ópera como tal nunca llegó a representarse en vida de Albéniz. Apenas unas semanas después del éxito obtenido en Bruselas por Pepita Jiménez y San Antonio de la Florida, se celebró en esa ciudad una audición completa de Merlin que tuvo lugar el 13 de febrero de 1905, sin escena ni orquesta, en la residencia de la familia Tassel, traducida al francés por Maurice Kufferath y con el propio Albéniz al piano; pero el proyecto de llevarla al Théâtre de la Monnaie en la siguiente temporada no dio fruto.

A ello hay que añadir el dato de la representación escénica, en versión española de Manuel Conde, realizada por el Club de Fútbol Junior la noche del 18 de diciembre de 1950 en el Teatro-Cinema Tívoli de Barcelona (que esa noche tuvo que suspender la proyección de El padre de la novia, protagonizada por Elizabeth Taylor y Spencer Tracy). Más allá de las apariencias, lo verdaderamente esperpéntico del suceso no es que fuese protagonizado por un club de fútbol (a cuya «Sección escénica», dirigida por el infatigable Josep Sabater, hay que agradecer una humilde pero muy digna y meritísima labor operística, sostenida durante muchos años), sino que ésa fuera la única vez (y en una sola sesión) que tan singular obra ha subido a los escenarios desde la fecha de su composición, hace exactamente un siglo.
Con esta ópera Albéniz se sitúa en un plano de madurez como compositor dramático absolutamente distinto de cuanto de él podemos conocer a través de su obra pianística. El tratamiento orquestal revela una transformación formidable y asombrosa, que tiene su origen en los desiguales tanteos de los años ochenta, tutelados (y a veces algo más) por sus amigos Bretón y Arbós, y que se va fortaleciendo y madurando con las posteriores enseñanzas de Dukas, el estrecho contacto con Fauré y D’Indy y los consejos precisos de Paul Gilson, entre otros. Pero, sobre todo, se nutre de su propia y amplia experiencia como director de orquesta, ya ensayada en España con sus giras de zarzuelas y conciertos (en los que a veces también actuaba como solista) y luego decisivamente afianzada en sus temporadas londinenses de los primeros años noventa, donde compondrá, estrenará y dirigirá varias obras escénicas.


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