lunes, 29 de abril de 2013

Giuseppe Verdi: La forza del destino

Leonora - Montserrat Caballé
Alvaro - Ermanno Mauro
Don Carlos - Silvano Carroli
Padre Guardiano - Paul Plishka
Fra Melitone - Gabriel Bacquier
Preziosilla - Franca Mattiucci
Miguel Ángel Gómez Martínez, director
Chorégies d'Orange 1982
 
La forza del destino es un melodrama en cuatro actos de Giuseppe Verdi, con libreto de Francesco Maria Piave sobre el drama Don Álvaro o la fuerza del sino de Ángel de Saavedra, duque de Rivas, estrenado en 1862 en el Teatro Imperial de San Petersburgo y al año siguiente en Madrid –en presencia del compositor y también del dramaturgo español. A pesar de su buena acogida, no satisfizo enteramente a Verdi, que dio a revisar el libreto a Ghislanzoni bajo su estricta vigilancia. La segunda versión, estrenada en el Teatro alla Scala de Milán en 1869, que recoge la experiencia del Don Carlos (1867) del propio compositor, con importantes modificaciones, obtuvo un extraordinario éxito, quedando de forma indiscutible como versión definitiva y es una de las grandes óperas de repertorio verdianas. La acción se sitúa en España, en las proximidades de Sevilla y en tierras de Córdoba, así como en Italia, cerca de Velletri, a mediados del siglo XVIII.

Sólo el talento de un maestro como Verdi puede transformar un argumento enrevesado, plagado de tópicos de la escuela romántica española, en una ópera que es la quintaesencia de la ópera italiana del siglo XIX. Un milagro musical.

Resumen argumental

Acto I

En la mansión del marqués de Calatrava, en Sevilla, su hija Leonora se prepara para huir con su amado, Don Alvaro, hijo de un noble castellano y una princesa inca, aunque muestra sus recelos e inquietud. Llega Alvaro a través del balcón y el dúo entre los amantes nos informa de las dudas y vacilaciones de la joven, aunque decide seguirle y casarse en secreto con él ante las apasionadas palabras del enamorado. La imprevista llegada del marqués de Calatrava desencadena el drama. Alvaro defiende la inocencia de la joven y asume la culpa, ofreciendo su vida al padre airado. Para demostrar su buena voluntad tira la pistola para desarmarse, aunque se produce un absurdo accidente: el arma se dispara, hiriendo mortalmente al marqués. El padre maldice a la hija antes de su último suspiro. Don Alvaro huye con Leonora.

Acto II

En una posada del pueblo cordobés de Hornachuelos, con campesinos y arrieros, llega un estudiante –en realidad Don Carlo di Vargas, hijo del marqués de Calatrava que viaja disfrazado en busca de Leonora y Alvaro para vengar a su padre. Vemos también a Leonora, disfrazada de hombre, que al reconocer a su hermano se esconde. Una joven y guapa gitana, Preziosilla, actúa como reclutadora de tropas e incita a la gente a buscar fortuna en Italia, donde ha estallado la Guerra de Sucesión de Austria. Todos entonan una canción de ambiente militar. Se escuchan los cantos de los peregrinos que se dirigen a un convento próximo. El falso estudiante reclama en vano la identidad de la persona que se ha escondido. Luego se presenta como bachiller y explica que un amigo suyo, de la familia Vargas, intentaba localizar al amante de su hermana que mató a su padre, y así cumplir la venganza, pero conocedor de que la hermana ha muerto y el culpable huyó a América, se decidió a perseguirlo más allá del océano. Preziosilla insiste en su incredulidad ante las palabras de Carlo.

En un paisaje inhóspito, donde se levanta el convento de la Madonna degli Angeli, llega Leonora vestida de hombre. Cree, por las palabras del hermano en la posada, que Alvaro no murió aquella noche fatídica y que huyó a América (ignora que su amado la cree muerta), y adivina la decisión de Carlo de vengarse. Suplica a Dios que tenga piedad de su suerte. Llama a la puerta y fray Melitone, ante su insistencia, avisa al padre Guardiano. Este queda sorprendido y conmovido al conocer la identidad de Leonora y su petición: vivir como ermitaño, apartada de la vida del convento. Los temores del monje son vencidos por la fortaleza de Leonora y la recomendación que lleva de otro monje, y acepta su refugio en una cueva próxima. La serenidad regresa al alma de Leonora. Dentro de la iglesia del convento, el padre Guardiano comunica a los monjes que un alma penitente ha obtenido permiso para refugiarse en la cueva y prohíbe violar su soledad. La plegaria final de Leonora cierra el acto.

Acto III

En el campamento militar de Velletri, próximo a Roma, donde en 1744 las tropas austriacas fueron derrotadas por las hispano-napolitanas, Don Alvaro, capitán de los Granaderos españoles destacados en Italia, bajo una falsa identidad, narra con melancolía y nobleza, aunque con desespero, la historia trágica de sus padres, encarcelados al intentar liberar al Perú del dominio extranjero, y evoca la noche trágica en que mató al padre de Leonora. Su oración se dirige a la amada, que cree muerta. Oye unos gritos de socorro y corre en su ayuda, tratándose de Don Carlo di Vargas, también con nombre falso, que ha llegado para unirse al ejército español. Lleno de agradecimiento y admiración hacia el caballero que le ha salvado la vida, ambos jóvenes se juran amistad eterna, en la vida y en la muerte.

Los dos hombres corren hacia la batalla y un cirujano militar nos avisa de que Alvaro ha sido herido pero que Carlo y sus hombres han puesto en fuga a los enemigos. Traen a Alvaro desmayado; cuando recupera la conciencia hace jurar al nuevo amigo que si muere hará desaparecer unos papeles secretos que guarda en su valija. Carlo sospecha que su amigo puede ser el odiado Alvaro, y en su conciencia luchan la voluntad de mantener el juramento y el odio y la voluntad de venganza. Decide registrar la valija y encuentra un retrato de Leonora, confirmando claramente su sospecha, que hace renacer en él el desprecio y el odio. Cuando el cirujano confirma que su amigo se halla fuera de peligro, se alegra porque podrá finalmente desafiarlo y rescatar así el honor familiar. Por la noche, Alvaro se entera de la terrible verdad: el azar le ha llevado a ayudar y a sentir una gran amistad por el hijo del marqués de Calatrava. Le asegura que fue el cruel destino el causante de la muerte del padre y cuando Carlo le revela que Leonora está viva se alegra enormemente y propone casarse con ella. Pero al final debe aceptar el duelo y comienza una furiosa lucha que la patrulla militar interrumpe. Alvaro decide retirarse a un lugar sagrado para siempre.

Tras amanecer tiene lugar una animada escena con soldados y también tambores, vendedores, cantineras. La gitana Preziosilla convoca a la gente y ofrece sus dotes adivinatorias. Los soldados reclaman bebida a las cantineras y pronto llega Trabuco como vendedor ambulante. Unos campesinos piden pan y los jóvenes reclutas añoran madres y amores, mientras que las cantineras sirven vino y Preziosilla los anima a olvidar las penas de la guerra divirtiéndose y haciendo locuras. Aparece fray Melitone, escandalizado ante el espectáculo de juerga y desorden y su sermón grotesco irrita a algunos soldados. Se impone Preziosilla, que lo hace salir rápidamente, y cierra el acto cantando el famoso «Rataplán» que imita los sones de una banda militar y que corean los soldados y la gente.

Acto IV

Cerca del convento de la Madonna degli Angeli, el padre Guardiano y fray Melitone reparten sopa a un grupo de pobres que se muestran descontentos y elogian al padre Raffaele –en realidad Alvaro–, a quien creen un santo, algo que irrita al fraile, siempre en su papel buffo. Llega un hombre cubierto con una gran capa –en realidad Don Carlo di Vargas– reclamando al padre Raffaele. Entra Alvaro vestido de monje y tiene lugar un nuevo y terrible enfrentamiento entre ambos hombres, en el que Carlo muestra sus ansias feroces de venganza. Alvaro reacciona como un hombre que ha sufrido y ha reflexionado en su vida de penitente, invoca su amor por Leonora y pide piedad y paz. Carlo le humilla e insulta y Alvaro, cuando el enemigo ataca a su linaje, como enajenado pide finalmente una espada. Los dos hombres, enloquecidos, se precipitan fuera del convento.

La última y dramática escena tiene lugar delante de la cueva en la que Leonora ha encontrado refugio en los últimos años. El recuerdo de Alvaro no ha dejado de obsesionarla y suplica a Dios la muerte, única salida de su sufrimiento. Se escuchan las espadas chocando y la voz de Carlo, herido de muerte, que reclama a un confesor; aparece Alvaro, que llama a la puerta de Leonora buscando un sacerdote. Los dos enamorados se reconocen con sorpresa y dolor. Alvaro le confiesa que ha intentado evitar el combate y Leonora sale corriendo a auxiliar a su hermano. Pronto se oye el grito de Leonora, que aparece, sostenida por el padre Guardiano, herida asimismo de muerte por Carlo en su locura de venganza. Alvaro se desespera y maldice su suerte. Ella da muestras de una gran serenidad y convence al amado de que existe una tierra prometida donde podrán vivir finalmente su amor. Alvaro acepta el perdón del cielo y Leonora muere en sus brazos mientras el padre Guardiano asegura que Dios la ha acogido.

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