sábado, 2 de marzo de 2013

Franz Schubert: Sinfonía nº 8 en si menor, D759, “Incompleta”

NDR Sinfonieorchester
Günter Wand, director
Schleswig-Holstein Musik Festival 2001
 
La Sinfonía nº 8 en si menor, D759, “Incompleta” de Franz Schubert fue compuesta en 1822 dentro de un proyecto que finalmente se vería interrumpido. La primera audición de los dos movimientos tuvo lugar en Viena, el 17 de diciembre de 1865.

Orquestación
Dos flautas, dos oboes , dos clarinetes, dos fagotes, dos trompetas, dos trompas, tres trombones, timbales y sección de cuerdas.
La duración aproximada de la ejecución es de alrededor de veinticinco minutos.
Schubert recibió una herencia sinfónica nada desdeñable: Haydn, Mozart y un Beethoven que ya había escrito sus obras definitivas tras haber sentado las bases del Romanticismo. Con estos mimbres, la obra sinfónica de Schubert se divide en tres períodos: uno, el que abarca sus tres primeras sinfonías, en la onda clásica en la línea de Haydn y Mozart; luego con un mayor dominio de medios y personalidad, abarcando esta fase la Cuarta, Quinta, Sexta y Séptima sinfonías; y finalmente, dando lo mejor de sí mismo en la Sinfonía Incompleta y en La Grande, respectivamente octava y novena, obras maestras de madurez donde el artista recoge el legado de Beethoven y lo asimila como vehículo de creación propia y personal. Ha de tenerse en cuenta que existía un cierto complejo ante la ya terminada obra de Beethoven y la cuestión era la siguiente: ¿Se puede hacer algo nuevo después de Beethoven? Schubert demostró que sí.

La característica principal de Schubert en su proceso creativo, con independencia del género musical, es su absoluto dominio de la melodía. Si la importancia de un músico se midiese por el uso melódico Schubert sería el compositor más grande de la historia. La efusión lírica, la belleza y convicción del canto le bastan a Schubert para cimentar la solidez de la composición sinfónica aun dejando de lado el valor de lo meramente contrapuntístico en aras de una frescura melódica de inspiración inigualable. En términos de Armonía, la obra de Schubert cobra todavía mayor singularidad: Su principal rasgo es la pasmosa facilidad que tiene el maestro para la modulación, para el cambio de modo mayor a menor, o viceversa, a través de un atractivo y sorprendente juego de tonalidades. Esta combinación de melodía y tratamiento armónico es lo que otorga a su obra sinfónica su verdadera calidad, amén, por descontado, de otro tipo de formas compositivas (Lieder). También se ha de significar el respeto de Schubert por la forma musical clásica (Sonata) para edificar su obra sinfónica, aunque con unos tratamientos mucho más imaginativos, como lo son el empleo en la re-exposición de materiales inéditos de los expuestos en la introducción o la brusca “forma” de exponer los segundos temas. Esto ha dado pie a que ciertos críticos hayan aludido a la “debilidad constructiva” por la especialísima técnica del músico para exponer sus ideas estéticas. Esas afirmaciones no tienen ningún fundamento y se basan en un ya muy superado cientifismo a la hora de elaborar el desarrollo formal, aspecto al que Schubert concede un continuo fluir que enriquece de vigor y savia nueva a lo escrito.
Sobre la gestación de la Sinfonía Incompleta de Schubert se han vertido ríos de tinta. El manuscrito de la obra atestigua que ésta fue iniciada el 30 de octubre de 1822. Unos meses más tarde, la Sociedad Musical Styrie acoge a Schubert como miembro de honor y éste, como agradecimiento, promete una sinfonía, compromiso que nunca cumplirá. Sin embargo, Anselmo Hüttenbrenner, amigo íntimo del compositor y encargado de tramitarle el ingreso a la Sociedad antes referida, viaja a Graz — sede de Styrie — y muestra al director de orquesta Johann Herbeck una transcripción de la misma para piano a cuatro manos. El director ofrece en concierto público la audición de esos dos movimientos junto con la Tercera Sinfonía. Un tal Newbould completa y orquesta el tercer movimiento (Scherzo) — en base a un esbozo de Schubert — y propone como último movimiento el Entreacto en si menor de la música incidental para Rosamunda, princesa de Chipre. No prospera la tentativa, así como tampoco las de G. Bush, Vaughan, Abraham, Hollard o Casale. Afortunadamente, la Incompleta sigue estando maravillosamente bien así y ocurre la circunstancia de que, como en muchas otras obras de Schubert, se quedó a medio terminar. Pero la grandeza y densidad de sus movimientos le sirven para alcanzar la categoría de sinfonía y la cota de absoluta obra maestra.

Desarrollo de la obra
Allegro moderato, en si menor y compás de 3/4.

La obra se abre con una frase larga en pianissimo expuesta por violoncelos y contrabajos seguida de un persistente dibujo de los violines sobre un obstinado pizzicato de los bajos. El primer tema, en si menor, es presentado por los oboes y clarinetes y a su triste melodía se le opone la ternura del segundo tema, un precioso cántico en sol mayor expuesto por violas y violonchelos bajo un remanso de maderas. El tema se corta abruptamente y es recogido, en tono menor, por las distintas secciones orquestales para modularlo dulcemente a mayor con primeros y segundos violines, violas y violoncelos que se añaden magistralmente a cada nuevo paso de compás. (Un prodigio de belleza tanto melódica como constructiva). La repetición de la exposición precede al desarrollo, que comienza en mi menor y cuyo material temático se constituye por diferentes motivos de antes del primer tema, confiados a la cuerda grave, en una línea argumental dramática que se acentúa por la sonoridad de unos sorprendentes trombones. La re-exposición nos devuelve a la tonalidad de si menor, enriquecida ahora con diálogos modulados entre la madera y la cuerda, mientras que a manera de coda vuelve una vez más la dolorosa melodía de la introducción con la que concluye este magistral movimiento sinfónico.
Andante con moto, en mi mayor y compás de 3/8.

Dos temas se oponen durante el transcurso de este segundo movimiento. El primero de ellos, en mi mayor, parece recordar una coral por su solemnidad y orquestación. El segundo tema, en do sostenido, es expuesto por el clarinete tras una breve introducción de los primeros violines. Lo recoge a continuación el oboe y va modulando en varias repeticiones hasta dar con un nuevo motivo que introduce en una larga transición que conduce hacia la repetición de la primera parte. Esta repetición se modifica al ser transportada a la menor y ser expuesta primero por oboes y luego clarinetes, a la inversa. Tras un recuerdo de la transición vuelve el tema principal, más conmovedor, al ser presentado por los instrumentos de viento. Este sirve de coda para concluir, reforzando el impresionante tratamiento cíclico de la obra.

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