sábado, 30 de marzo de 2013

Charles Gounod: Dúo del Acto I de "Fausto"

Plácido Domingo, tenor
Samuel Ramey, bajo
Orquesta de la Metropolitan Opera de Nueva York
James Levine, director

La gestación de Fausto estuvo llena de inconvenientes. Poco antes de su terminación se estrenó en París un melodrama sobre el mismo tema y Gounod no tuvo más remedio que interrumpir su trabajo. El director del teatro le propuso otro libreto, pero Gounod reanudó Fausto tiempo después. Terminó la ópera y la hizo representar en el Théatre Lyrique de París el 19 de marzo de 1859. El público la recibió con frialdad, la encontró «demasiado alemana». De hecho, el éxito mundial de la obra comenzó en Alemania, donde se representó muy pronto en todos los escenarios con el título de Margarethe. Diez años más tarde, Gounod revisó su obra con vistas a confeccionar una grand opéra, reemplazó los diálogos originales por partes cantadas e introdujo en la partitura un impresionante coro de soldados y la «oración» de Valentín; la obra se convirtió en un «clásico» de la ópera francesa en todo el mundo.
La leyenda medieval del doctor Fausto, un sabio que vende su alma al diablo para recuperar la juventud perdida y disfrutar de ello, pero también para conocer la solución de los problemas de la existencia, ha motivado a innumerables poetas y escritores. La versión de Goethe es una de las grandes obras maestras del arte occidental. Su argumento profundo y, sin embargo, teatralmente representable ha atraído también a muchos compositores. Recordemos los Faustos de Boito, Berlioz y Spohr, así como los más modernos de Busoni y Reutter, pero también una serie de obras que son variaciones sobre el mismo tema (por ejemplo The Rake's Progress, de Stravinski).
Si no se compara el trabajo de los libretistas  del Fausto de Gounod con la obra de Goethe, se pueden apreciar algunas cosas positivas. Sobre todo la hábil adaptación escénica, la selección de cuadros variados y emocionantes, la distribución de puntos culminantes y oasis líricos. De Goethe queda poco más que un argumento exterior, el drama de una joven pequeño burguesa, que conmueve y emociona. El sentido profundo del elemento «demoníaco» se ha perdido completamente (mientras que en el Mefistofele de Boito se mantuvo un poco más). A pesar de eso (o precisamente por eso), es una obra que da excelentes resultados y tiene papeles gratificantes.
También Gounod se ha alejado del drama de Goethe, cuyo demonismo en ningún momento se expresa en la música. Pero es un gran melodista, tiene una espléndida línea de canto y una técnica orquestal brillante. Muchas partes de la ópera se han vuelto muy populares y siguen siéndolo hoy por su fácil comprensión. Es la música indicada para una grand opéra, muy efectiva, con sonidos embriagadores.

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